2.1.12

On és el model català de laïcitat?

On és el model català de laïcitat?




dilluns, 26/12/2011
Aquestes dates nadalenques el Govern és criticat per la seva política econòmica. Ara bé, hi ha àmbits menys mediàtics on la política de CiU s’està fent notar. Un bon exemple és la direcció general d’Afers Religiosos que des de principis del 2011 està en mans d’UDC i l’encapçala Xavier Puigdollers. Aquesta direcció general fou creada durant la darrera legislatura de Pujol, l’any 2000, i cercava governar la diversitat religiosa al nostre país i ocupar-se del fet religiós a casa nostra. Els governs tripartits encarregaren a la independent propera a ERC Montserrat Coll, la tasca de gestionar una diversitat religiosa creixent. I és que durant els darrers 10 anys els centres de culte de diverses confessions (protestants, musulmans o d’altres) s’han multiplicat exponencialment de la mà de l’arribada de la nova immigració.
El model que definí Montserrat Coll va quedar resumit en una conferència pronunciada per Josep Lluís Carod-Rovira, on féu un esbós d’allò que s’anomenà model català de laïcitat. Lluny de ser una aposta partidista, el model fou elogiat per representants de diverses confessions. Aquest era, tal com ho exposà Carod-Rovira, un model a mig camí entre la tolerància liberal anglosaxona i el laïcisme positiu francès; és a dir, una gestió a la catalana basada en la separació Església-Estat, la igualtat de tracte a totes les confessions i la protecció del fet religiós. El resultat d’aquella gestió fou una Llei de Centres de Culte, pactada entre el tripartit i CiU, pionera a Europa que obligava els poders locals a reservar sòl i preveure la construcció de centres de culte per garantir l’exercici de la llibertat religiosa. En l’apartat d’estudis, el mapa religiós cartografià la diversitat creixent a casa nostra en aquesta matèria.
Tot i les paraules conciliadores pronunciades durant el seu nomenament, la gestió de Xavier Puigdollers sembla que va encaminada a desfer un model català de laïcitat que volia projectar-se en el futur. La reforma de la Llei de Centres de Culte a retornat als Ajuntaments la decisió de reservar sòl per a centres de culte i ha elevat les exigències arquitectòniques, deixant en una situació d’indefensió evident les minories religioses. Puigdollers no ha definit un nou model però a finals d’octubre, en aquesta conferència, aclarí que la seva prioritat és “normalitzar el fet religiós” i defensà un “tracte asimètric” a favor de la religió catòlica legitimat per la tradició.
En el context espanyol, amb el Concordat amb el Vaticà encara vigent i una situació de clara preponderància de la religió catòlica resulta sorprenent que s’insisteixi en afavorir un model asimètric des d’una direcció general que ha de vetllar pel respecte a la diversitat religiosa. On ha quedat el model de laïcitat català? Té sentit promoure la religió catòlica en un context on, d’entrada, ja és la religió més afavorida?


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Sobre reglas y remordimientos


Sobre reglas y remordimientos

XLSemanal - 02/1/2012

Hace unos días recibí una interesante carta de un lector, a la que todavía doy vueltas en la cabeza. Aunque el interés resida menos en lo concreto que ese lector plantea que en la visión del mundo y la vida de la que tal carta es reflejo, o síntoma. Leída la última aventura del capitán Alatriste, el comunicante -amable y afectuoso- me dirige un reproche singular: la falta de remordimientos expresos por parte de Alatriste tras la muerte de varios de sus camaradas, en Venecia, en el curso de la misión a la que los condujo. La ausencia, en suma, de un acto de contrición alatristesco. De una pesadumbre expiatoria de carácter público, ante terceros o ante el lector mismo, por la suerte que han corrido algunos de los hombres, viejos compañeros de armas, a los que el capitán comprometió en la aventura. Ni un ápice de dolor por su pérdida, se lamenta el lector. Nula expresión de culpa. La carta no sólo expone la desazón de ese lector ante la aparente falta de escrúpulos de Alatriste, sino que en ella apunta un sentimiento casi ideológico: un lamento porque el veterano soldado no haga ostentación de ciertos valores morales o éticos que desde un punto de vista actual podrían sonar adecuados, como solidaridad, compasión o remordimiento. Porque se cisque en el canon de lo correcto, dicho en corto. Que vaya a lo suyo y, escabechados los colegas, ahí me las den todas. Mejor vivo que muerto. Punto. Que reaccione, por ejemplo, como Aglae Masini en Nicosia, 1974, cuando en un tiroteo espeso me tumbé sobre ella en plan machote, para protegerla -yo era un pardillo jovencito que todavía jugaba a los héroes-. Y ella, irónica y sabia, dijo: «Gracias, flaquito. Tienes razón. Si han de matar a uno, mejor que te maten a ti».

En lo que se refiere al capitán Alatriste, la clave para entender hoy por qué se comporta así, o lo parece, podría resumirse en dos detalles: desde 1627 ha pasado mucho tiempo y muchas cosas, y él es un profesional para quien la violencia y sus complejas maneras son el duro pan de cada día. Alatriste intenta sobrevivir en territorio hostil, peleando por su pellejo; y en tales circunstancias, las lágrimas impiden ver con claridad el mejor camino para poner pies en polvorosa cuando las cosas se tuercen. Sus camaradas eran del oficio, y como él conocían las reglas: dejas de besar la mano de curas y caciques, olvidas esta tierra ingrata que hay que regar con sudor a falta de agua, empuñas una espada rumbo a América, Flandes o al infierno, y una de dos: haces fortuna o revientas intentándolo. En treinta años de patear callejones oscuros y campos de batalla, Diego Alatriste dejó atrás demasiados cadáveres de amigos y enemigos, incluido el riesgo de incluir el suyo propio, para que una docena más le altere el pulso, o le haga malgastar un resuello que necesita para sobrevivir. Lo suyo no es indiferencia, sino resignación profesional. Asumir que el mundo donde vive y pelea es un lugar peligroso donde lo más fácil es que te pille el toro. Algo que sólo los idiotas -los menguados, diría él- se empeñan en ignorar. Eso, naturalmente, no excluye el dolor. Pero éste discurre por otros cauces. No tiene por qué ser melodramático, ni inmediato. Como lo de Márquez en Sarajevo, después de aquellas jornadas con mucha bomba y mucha morgue, cuando te ibas de los sitios con las suelas de las botas dejando huellas de sangre en el suelo. Soltaba la cámara, se acuclillaba con la espalda contra la pared, encendía un cigarrillo y se pasaba una hora inmóvil, mirando el vacío. Ordenando remordimientos.

El otro punto son los cuatrocientos años transcurridos. La literatura también es salir de nosotros para mirar con ojos ajenos, viviendo vidas que de otro modo serían imposibles. Comprender, diferenciar, lo que fuimos y lo que ahora somos. Por eso, cada vez que tecleo una aventura de Alatriste -sicario que mata por dinero, que ha torturado, que marcó la cara de una mujer- intento que el lector vea el mundo no con anacrónicos ojos de ahora, sino como se veía entonces: áspero, cruel, sin oenegés ni lacitos solidarios en la solapa. Cuando lo políticamente correcto lo traían todos, y no sólo Alatriste, en la punta de la espada o en la punta del cimbel. Un mundo imposible de juzgar con criterios occidentales modernos, pues -todavía ocurre eso en buena parte del planeta- una vida no valía ni el acero o la soga que se empleaban en quitarla. Aunque nos empeñemos en olvidarlo, no siempre fuimos amantes de las focas y los delfines, ni a un niño de ocho años lo expulsaban del colegio por pelearse en el recreo, o lo acusaban de acoso por decirle guapa a una profesora. Tanto para lo bueno como para lo malo, éramos más realistas. Más humanos, quizás. Menos gilipollas.









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