En fi, que el tema dóna de per si, i diria que ha estat poc tractat. Per altra banda, Reverte deixa anar una patada als collons: "Mucho menos cuando, mirando hacia atrás y hacia adelante, uno acaba comprendiendo el estrecho parentesco de aquellos curas de boina roja, que en el siglo XIX bendecían bayonetas antiliberales, con los curas vascos que, durante la última mitad del siglo XX, en otras sacristías que de algún modo son la misma, empollaron y siguen empollando el huevo asesino de la serpiente. Pastores de almas para los que, en el fondo, Josu Ternera y sus compadres, arrepentidos o sin arrepentir, no dejan de ser otra cosa que respetables generales carlistas". Crec, i suposo que molts hi estarien d'acord, que si mal no m'equivoco la ETA - tot i poder tenir tots els plantejaments etnicistes, racistes i altres perles d'argumentacions estil Sabino Arana - és una banda suposadament d'ideologia comunista, és a dir, són d'extrema esquerra. Per molt racistes que siguin, els requetès i carlistes dubto molt que es dediquessin a extorsionar els honrats empresaris i gent notable. I després cosetes típicament revertianes, com ara un moc a lo de la memòria històrica - que ningú oblidi que Espanya és un país post-franquista, no anti-franquista - i lo del "ejército rojo", terme potser una mica rovellat.
Però per altra banda el llibre ha d'estar bé per collons. És a dir, compta amb avals de nivell - pròleg i epíleg de dos peixos grossos del tema - moltíssimes il·lustracions - ha de ser caríssim - i sobretot la manca de judici per part dels autors, és a dir, la cosa tal i com va ser: tropes de xoc, misèries, i després oblit. És a dir, els carlistes després de la Guerra Civil van desaparèixer del mapa. En fi. Com tants d'altres, només que d'aquests en van quedar més. Tot i que ara ja no en deu quedar gairebé ni un, perquè molts dels testimonis han mort després d'haver relatat les seves vivències.
Mil días de fuego y olvido
XLSemanal - 20/12/2010Acabo de leer un libro extraordinario. Un tocho enorme de tamaño  folio y casi mil páginas. Requetés, se llama, y trata sobre la actuación  de los voluntarios carlistas en la Guerra Civil. Lo abordé con reparos,  pues los cruzados de la Causa nunca fueron santo de mi devoción. Cuando  lees a Baroja y Valle Inclán de jovencito, hay fanatismos  místico-castrenses que ya no te caen simpáticos nunca. Mucho menos  cuando, mirando hacia atrás y hacia adelante, uno acaba comprendiendo el  estrecho parentesco de aquellos curas de boina roja, que en el siglo  XIX bendecían bayonetas antiliberales, con los curas vascos que, durante  la última mitad del siglo XX, en otras sacristías que de algún modo son  la misma, empollaron y siguen empollando el huevo asesino de la  serpiente. Pastores de almas para los que, en el fondo, Josu Ternera y  sus compadres, arrepentidos o sin arrepentir, no dejan de ser otra cosa  que respetables generales carlistas.
Sin embargo, reconozco que Requetés ha sido una agradable sorpresa. Pese a los avales del prólogo de Stanley Payne y el epílogo  de Hugh Thomas, lo abrí con cautela, esperando indigestión de rosario,  escapulario y detente bala. Pero resulta que no. El libro, dotado de un  despliegue fotográfico que por sí mismo lo convierte en documento  extraordinario, es una minuciosa relación, con testimonios en primera  persona, de cómo vivieron la guerra los combatientes de los tercios de  requetés que en los más duros frentes de batalla lucharon contra la  República. Testimonios, en su mayor parte -no mezclemos churras con  merinas-, de gente que se partió la cara de igual a igual; no ratas de  retaguardia, madrugada y tiro en la nuca. Que también los hubo. 
No falta ideología en el libro, claro. Aquellos hombres y mujeres que vivieron la guerra en primera persona, tanto en los frentes como en  los hospitales y en la retaguardia, añaden, a veces, su visión del  mundo y de España. Pero eso suele ser secundario, y cede paso al caudal  de hechos vividos, al relato de historias personales de trincheras,  dolor y muerte, y también de solidaridad, compasión, camaradería y  heroísmo. De 60.000 combatientes encuadrados en los tercios de requetés,  6.000 murieron en combate: uno de cada diez. Veteranos navarros,  vascos, valencianos, catalanes, incluso andaluces, la mayor parte de los  cuales no había cumplido entonces veinte años, cuentan con sobria  naturalidad sus mil días de fuego, utilizados siempre como fuerzas de  choque. Hombres al límite, en lugares donde todo se reducía a  sobrevivir, matar o morir. Historias que en su mayor parte, motivos  últimos al margen, podrían intercambiarse con las del otro bando:  cuadrillas de amigos alistados en el mismo pueblo, muchachos de quince  años que empuñaban el fusil junto a sus hermanos, padres y parientes.  Desde la distancia del tiempo, abuelos que entonces fueron jóvenes  vigorosos, a los que vemos en las fotos, todavía imberbes, pasando el  brazo por encima del hombro de compañeros que se quedaron atrás para  siempre, recuerdan con singular ecuanimidad sus peripecias entre amigos y  enemigos. Y a menudo, el aliento de lo real estremece al lector-oyente  como nunca podría hacerlo un relato ficticio de guerra o aventuras.
Lo que hace tan valioso Requetés es que Pablo Larraz y Víctor Sierra, sus autores, recogen esos testimonios y dejan el juicio último  al lector. El libro plantea lo que, en mi opinión, es el único modo  decente de alejar los fantasmas perversos de nuestra Guerra Civil: no  juzgar a los protagonistas por sus ideas, sino por sus actos. En ese  sentido, lo que hace aún más importante esta obra monumental es que casi  todos los recuerdos provienen de hombres y mujeres muertos a poco de  dar su testimonio. Eran los últimos carlistas supervivientes de la  guerra, y habría sido una lástima que sus vidas se hubieran perdido para  siempre en esta España analfabeta, oportunista, elemental, que confunde  memoria histórica con rencor histórico. Y es curioso: en Requetés no se reconoce a los vencedores, porque en realidad sus protagonistas  no lo fueron. Tras utilizarlos como carne de cañón, el franquismo los  relegó al olvido; y los ex combatientes carlistas ni siquiera se  beneficiaron de los privilegios que la nueva casta nacional, dueña del  cortijo, disfrutó sin límites. Quizá por eso, un aire triste, resignado,  recorre las páginas del libro. Una melancolía encarnada a la perfección  en la figura de ese pastor navarro que, mucho tiempo después, vuelto a  sus ovejas tras jugarse la vida peleando durante tres años, no conserva  otro privilegio que llevar en su pobre morral los prismáticos de un  oficial del ejército rojo al que mató en la batalla del Ebro.
Fvscvs Dominvs
Scriptvm factvm XIII kalendas ianuarii anno MM CC VII ab Rebellione Hiberibvs
 
 

 
 
 
